Yo se lo di todo y ella no me dejó nada.
Vino, me besó y se fue, sin dejar huella
ni en mi piel ni en mis labios su retozo;
fue una sonrisa nada más, un nuevo gozo,
una caricia, un aliento sin más nombre que ‘ella’.
Entre ambos solo fue superficial el contacto,
fuimos efímeros tu y yo, solo eso fuimos;
ella fue un préstamo, algo que nos dimos...
por eso es imposible que se repita el acto.
Ella fue un alto en el camino, y una oferta
un disfrute para el desconocido viajero;
un alma y cuerpo buscando ser descubierta,
como flor sin maceta buscando un jardinero.
Y yo pasé y la emoción me hizo verla despierta;
sino era yo, otro sería; por eso me mostré sincero
con la mano inquieta, la sonrisa limpia y la palabra tersa,
y el alma ingenua, sin notar en ella la sonrisa perversa.
Y un día ella partió con frialdad, sin dar razones,
como quien lleva a cabo un remate de empresa;
como agente vulgar, un vendedor que le interesa
más el contrato que el amor y las ilusiones.
Para un convenio con ella nunca encontré el modo,
se marchó una mañana dejando mi alma arrasada
yo le entregué mi vida, mi corazón, le di todo,
y con su perversa sonrisa ella me dejó sin nada.
Jesús Quintana Aguilarte.